septiembre 13, 2008

58 / Felisberto, Amalia, Petrushka

Cartas a Felisberto, la interesantísima exposición que inaugura hoy en la galería Jorge Mara-La Ruche (Paraná 1133), recorre la relación de Felisberto Hernández —el extraordinario escritor y músico uruguayo— con su segunda esposa, la artista plástica Amalia Nieto. Complicidad estética y afinidad intelectual marcaron la relación, que concluyó con el divorcio, en 1943. Amalia y Felisberto se habían conocido en 1924 y se casaron en 1937. El escritor murió de leucemia en 1964 y Amalia, a los 96 años, en 2003.
La muestra reúne más de cien trabajos de Amalia, partituras “intervenidas”, cartas y fotografías. El bellísimo catálogo de la exposición incluye un CD con grabaciones compuestas por Felisberto e interpretadas por su nieto, el pianista Sergio Elena Hernández.
Comenta Pablo Gianera (adn, 13/09) que en la vida de Felisberto Hernández hubo dos circunstancias que quedaron para siempre ligados a su actividad como pianista: “el descubrimiento de los Tres movimientos de Petrushka, la pieza de Igor Stravinski que Felisberto empezó a tocar en 1935, y, particularmente, la relación con Amalia Nieto, discípula de Joaquín Torres García, que añadió la dimensión gráfica como tercer elemento en discordia entre la música y la literatura, sus ocupaciones más eminentes.
Petrushka fue la obra maestra del período inicial de Stravinski (y la única que le gustaba a Arnold Schönberg, polo opuesto de la revolución musical del siglo XX). El compositor la estrenó con los Ballets russes de Sergei Diaghilev en 1911, y más adelante, hacia 1922, hizo por encargo de Arthur Rubinstein una reducción parcial para piano titulada Tres movimientos de Petrushka. Fue el propio Rubinstein quien se encargó del estreno rioplatense de la pieza. Felisberto tocó por primera vez la obra en Rocha, hacia octubre de 1935, y ofreció la segunda audición de la obra en el interior uruguayo, en el litoral argentino y el brasileño y, finalmente, en Buenos Aires, en el Teatro del Pueblo de la calle Corrientes, en diciembre de 1939. Esa actuación constituyó el punto más alto de su carrera como intérprete.
Para ese concierto, Amalia confeccionó un afiche promocional con uno de sus petrushkos , según la denominación que les puso el también pianista Sergio Elena Hernández, nieto de ambos, a las figuras que Amalia empezó a pintar en las cartas que le enviaba a Felisberto. Los petrushkos eran payasos, títeres de juguete en dos dimensiones. Observa Elena Hernández en su texto Acordes aplastados: ‘Amalia alentó mucho a Fesliberto para que estudiase Petrushka. Cabe entonces preguntarnos: ¿fue la música del propio Stravinski la que inspiró estos personajes-habitantes de sus cartas? ¿Fue la interpretación de Felisberto? ¿Fue el colorido del ballet, que Amalia había presenciado en París, la chispa que encendió la mecha? ¿O, por el contrario, Petrushka se adaptó espontáneamente a ellos siguiendo la línea magnética de una naturaleza común?’”.