enero 27, 2010

94 / El lado oscuro de Mickey Mouse

El Ratón Mickey seguramente es el personaje que más y mejor ha conquistado otras culturas, aunque ni siquiera su creador sabía muy bien por qué. Correcto, mandón, entusiasta y de una sonrisa exasperante, a los 82 años sigue facturando billones y sosteniendo un imperio. Sin embargo, sus dueños descubrieron que la aceptación bajaba entre las nuevas generaciones, crecidas a la luz de Pixar, Nickelodeon y Los Simpson. Por eso, decidieron acometer la operación más compleja de la industria del entretenimiento desde el cambio de sabor de la Coca-Cola: cambiarle el carácter a Mickey y hacerlo abrazar el lado oscuro. A partir de septiembre, el nuevo Mickey mostrará las orejas y los dientes en el juego de consola Epic Mickey. Acá, un anticipo.

“Todo está en las orejas”, se rindió sin resistencia John Updike en su prólogo a The Art of Mickey Mouse, donde se recopilaban visiones alternativas –de Warhol & Co.– de aquello que se sabía iconográficamente redondo, dos veces redondo, perfecto. Lo demás —el resto— es otra cosa. Y, sí, Mickey Mouse siempre fue molesto ya desde su voz. Pero lo que siempre irritó más que nada fueron su corrección, su constante buen humor, su equilibrio mental (en contraposición a la eterna neurosis psicótica de Donald y la evidente falta de luces de Goofy), su compulsión de perfecto mouse-scout (indignarse con su entusiasmo todo-terreno en cualquier episodio de La casa de Mickey Mouse cualquier día de estos en el Disney Channel) y sus aires dictatoriales apenas disfrazados de un servilismo de pasivo-agresivo. Se sabe: en todos estos años Mickey apenas se había permitido el pecado de una sola desobediencia en el que paradójicamente tal vez haya sido su más grande momento, en el corto “El aprendiz de brujo” incluido en el film sinfónico Fantasía, de 1940. Y todo parece indicar que los que se preguntan dónde está mi queso cortesía del rendidor ratón (Mickey produce unos cinco billones de dólares al año en merchandising) han comprendido que a los niños les gusta que sus héroes sean un poco más... malitos.
De ahí que la cosa se manejara con extrema delicadeza porque no hay material más sensible que un clásico a manipular. Y si se equivoca la fórmula perfecta a alterar —recuérdenlo— puede suceder lo que sucedió en su momento con aquella New Coke: la chispa de la vida se convirtió en el chisporroteo de la muerte y, vamos, rápido, volver a poner todo como estaba y aquí no ha pasado nada, por favor, olvídenlo.
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[Link a nota completa X Rodrigo Fresán en Radar, domingo 24 de enero, 2010]

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