junio 18, 2008

44 / Según Stephen Nachmanovitch...

Para que aparezca el arte, nosotros debemos desaparecer. Esto puede sonar extraño, pero en realidad es una experiencia común.
El ejemplo elemental, para la mayoría de las personas, es cuando algo atrapa nuestra mirada o nuestro oído: un árbol, una roca, una nube, una persona bella, los gorgoritos de un bebé, las manchas del sol reflejadas en la tierra húmeda en un bosque, el sonido de una guitarra que se cuela de pronto desde una ventana. La mente y los sentidos quedan un momento en suspenso, completamente entregados a la experiencia.
No existe nada más. Cuando “desaparecemos” de esta manera, todo a nuestro alrededor se convierte en una sorpresa, nueva e intacta. El sí mismo y el entorno se unen. La atención y la intención se confunden. Vemos las cosas tal como somos nosotros y como son ellas, y sin embargo podemos guiarlas y dirigirlas para que se conviertan exactamente en lo que queremos.
Este estado mental activo y vigoroso es el más favorable para la germinación de una obra original de cualquier tipo. Sus raíces están en el juego del niño y su máxima expresión en la actividad artística totalmente desarrollada.
Todos hemos observado la intensa concentración de los niños en el juego, esa concentración de ojos muy abiertos en que tanto el niño como el mundo desaparecen, y sólo queda el juego.
[Tomado de Free Play, de Stephen Nachmanovitch. M
úsico y discípulo del pensador Gregory Bateson, SN practica y estudia los procesos de improvisación en la vida y en el arte. La imagen corresponde a su texto All about frogs. Descubierto gracias a Sansensei.]

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