marzo 24, 2009

70 / Marzo 2005. Marzo 2009

Nubes de palabras gastadas, ¿qué lluvia van a dar? Elías Canetti

En marzo del año 2005 —varios meses antes de las elecciones generales de la FADU de ese año—, leí un texto que recientemente recuperé y que transcribo más abajo. Me sorprendió su vigencia: tengo la sensación de que parecemos condenados —a pocos meses de una nueva elección de autoridades— a repetir la historia del relato, una historia atravesada por la imprevisión, la provisionalidad, la desidia y, como siempre, por intereses no confesados. Es muy triste saber que el propio poder político —un poder impotente— es el que contribuye a perpetuar esa historia. Hoy, la “vida en tiendas” del cuento en cuestión se ha instalado en nuestro paisaje cotidiano. Seguimos observando como nuestra facultad se degrada aceleradamente. Y si bien los actores no son exactamente los mismos, escuchar en estudiantes, graduados y profesores las mismas palabras que cuatro años atrás sólo consigue hace resonar en mi mente el aforismo de Canetti (un Nobel al que los argentinos deberíamos leer mucho más) que encabeza estas líneas.

En aquella oportunidad leí el texto en la clase inaugural del curso. Pienso volver a hacerlo en pocos días más, con la esperanza de que llegue el día en el que hacerlo no tenga ya sentido. Sí creo que, por ahora, es oportuno leerlas nuevamente:

Recuerdo a veces una historia que oí hace mucho tiempo y de la que sólo permanecen fragmentos en mi memoria. La historia trata de un grupo de personas que vivían en un gran palacio. Durante una guerra, el palacio se quemó y el grupo de sus antiguos ocupantes tuvo que guarecerse en tiendas. Se instalaron más o menos bien en la ciudad de tiendas y al principio se sintieron casi satisfechos porque los más viejos les dijeron que las tiendas eran sólo un alojamiento provisional; esperarían la ocasión de reconstruir el palacio destrozado por la guerra. Continuaron viviendo en las tiendas mientras los jóvenes envejecían. Creció una nueva generación, que preguntó a los más viejos: “¿Por qué hemos de vivir en tiendas? Podríamos construirnos aquí mismo una casa nueva”. “No —contestaron los viejos—. Si nos construimos aquí una casa nueva y modesta, perderemos la ocasión de reconstruir el antiguo y hermoso palacio”. Y así siguieron viviendo en tiendas generación tras generación. Celebraron el 40 aniversario del levantamiento de la ciudad de tiendas, luego el 50, el 60 y el 75. Los jóvenes preguntaban siempre: “¿Por qué no podemos construir una casa nueva y sólida en vez de la ciudad de tiendas?”. Y los ancianos respondían siempre: “No. Si construimos algo nuevo, perderemos el derecho a levantar un palacio sobre las ruinas quemadas del antiguo”. Y así esperaron generación tras generación el día en que pudieran reconstruir el viejo y magnífico palacio.

El relato es de Norbert Elias —influyente pensador europeo fallecido en 1990—. Y lo acerco porque tengo muchas veces la sensación de que sería muy bueno para nuestra Facultad darse cuenta de que poco a poco se ha convertido, de hecho, en una institución realmente distinta de aquella que pensaron quienes iniciaron la tarea de construirla hace más de cincuenta años, que posee sus propias tradiciones y una identidad compartida a través del diario esfuerzo de miles de personas. Sólo si comprendemos esto podríamos iniciar una serie de tareas que resultan difíciles o imposibles de llevar a cabo mientras sigamos viviendo como en un campamento de tiendas provisorias.

Hay muchas cosas que hacer. Es hora de hacerlas. Las dificultades son enormes. Sin embargo —eso es lo sorprendente— muchas veces las cosas son más sencillas de lo que parecen. Y si no lo son, nos resultarían más sencillas cuando hay sensibilidad y capacidad para comprenderlas y actuar en consecuencia. Cuando hay convicción de todos los actores, ¿qué es lo que queda como resto?: la tarea. Los resultados llegarán sólo si trabajamos. Dice el poeta Guillermo Saavedra: la forma, el silencio. La voz, inútil. / W.

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