marzo 18, 2008

10 / Desde Bogotá: Colectivo bola8


En 2006, estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia / sede Bogotá, acompañado por los Profesores Orlando Beltrán y Zenaida Osorio, visitaron nuestra cátedra. Desde entonces, alumnos y docentes de la misma mantienen intercambios con la gente de la UNC.
También es frecuente la llegada de algunas publicaciones allí realizadas. Doble vía es una de ellas. Desarrollada por el Colectivo Bola 8, un grupo de trabajo conformado por seis estudiantes avanzados de Diseño Gráfico y financiada por la Facultad de Artes de dicha Universidad, Doblevía es una revista de diseño experimental de circulación semestral dedicada a diseñadores, artistas y creadores de imagen. En ella se exploran las relaciones entre el arte y el diseño gráfico, además de fomentar la reflexión en los diversos procesos de producción visual de nuestra sociedad.
Del número dedicado al Futurismo extractamos este pequeña pero sustanciosa nota de Fabio Rodríguez [Bola6].

El futurismo, como movimiento artistico, tomó como tema principal la máquina, símbolo de la nueva era que surgía a principios del siglo pasado. El movimiento, la fuerza o el rugido de la máquina se trataban de evidenciar en los lienzos futuristas a través de una estética de distorsiones, fragmentaciones y repeticiones. Pero hoy los tiempos han cambiado, y ya no es importante evidenciar la máquina en la imagen porque ahora es la misma máquina la que ha definido las maneras de mostrar. La máquina deja evidencia sin ser evidente. Es como un crimen perfecto, donde el asesino no deja huella alguna de su presencia, además de la más evidente: la victima. ¿Y quién es esa victima? ¿La imagen? ¿O acaso nuestra mirada, la forma misma en que percibimos el mundo?
Una herramienta es una extensión de los sentidos, manera en que la máquina funcionó durante mucho tiempo. Pero en la creación de la imagen, la máquina ya no es solo una herramienta de representación, sino que ha terminado por delimitar la creación dentro de sus límites. Y en consecuencia, la máquina se ha convertido en el objeto de representación, en el mundo mismo. Es inútil entonces pensar en representar la máquina, cuando nuestras mismas maneras de representar están mediadas y definidas por ella, encerrando nuestra mirada en una cárcel de la que hace ya tiempo perdimos la llave.
Dejar que una cámara digital tomo al azar una fotografía en una noche fría es algo más que un “accidente” provocado intencionalmente por alguien bajo determinadas condiciones; es una manera de representar donde la máquina ocupa un lugar que antes solo ocupaba el sujeto. El mundo es representado por una máquina, que debe ser mediada por otra, que a su vez debe ser mediada por otra máquina, en un proceso ya no de representación sino de reconstrucción donde el objeto real ha desaparecido.
¿Pero acaso esto importa? ¿Cuántas veces nos detenemos a pensar en el proceso de construcción de una imagen? Vale la pena preguntarse qué buscamos ver en una imagen, si su estética, su retórica o quizás su intencionalidad, muchas veces oculta tras una única mirada No es difícil decir que la imagen ya no es contenido, sino sólo forma. Una forma que debe ser consumible, es decir, agradable y socialmente aceptada. Una forma que no busca hacer ver sino volver a mostrar.

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